Publicado enTomelloso 28/09/2013
Fiel a su cita y caprichoso,
reservándose el secreto de aparecer antes, durante o tras la vendimia, viene,
discreto, llamando a las puertas, el otoño. Las hojas hace semanas que
comenzaron a tejer alfombras allá donde el soplo del viento va dejando
levemente, como esperando otro aliento que las haga volar de nuevo.
¿Quien dijo muerta a la hoja seca?
¿Habrá un sonido más vivo que su crujir cuando se pisa? ¿Quién las dijo poco
agraciadas, sí su luz en ocres reta al
cielo gris que anda en duelo entre el plomizo y el perlado, sin vencer
ninguno?
Me gusta la ventana abierta esos primeros
días de otoño; un libro; una pequeña lamparita que alumbre cuando va cayendo la
tarde. Me gusta sentir el fresco sin defenderme demasiado. Me gusta el olor de
las primeras lluvias.
Qué no se marche este momento,
que siga lloviendo, que las hojas sigan su curso de caer acompasadamente, una
tras otra…. Los anhelos han alzado el vuelo y me mantienen a varios metros de
altura sobre el nivel de la mediocridad. A mis pies he dado orden de mantenerse en
tierra: ¡Pies a tierra!, ordené en cuanto vi que los sueños empezaban a hervir
y amenazaban con evaporarse. Quiero ser lo suficientemente elástica como para
mantener el vértigo de la subida sin perder el sabor y la textura de la tierra.
Ya no miro atrás, he roto los
espejos que vigilaban los desaires del ayer. Lo herido, herido está. Hurgar no
va a sanar.
Los pies a ras de tierra, el
corazón hacia lo más alto: qué se quede un poco más este momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario