martes, 26 de noviembre de 2013

En cada mano, la vida

Publicado enTomelloso 19/11/2013



La mirada, la sonrisa, las manos… Ese trío que, ya juntas, ya  separadas, dicen tanto de cada  uno que juntas son sinfónicas y, por separado, juegan a ser solistas. Sinfónicas, dando lugar a la espectacular melodía que acompaña a la persona. Y solistas que, sin ánimo de pisarse terreno, se multiplican por tres si hiciera falta, para que no se note la ausencia de ninguna.

Manos que miran y sonríen.
Sonrisa que acaricia y mira.



 Mirada que sonríe y acaricia.


Hoy me fijo en unas manos, y no en cualquiera manos, son manos arrugadas, y más que arrugadas, asurcadas, pues dícese de las que tienen surcos o hendiduras, que no son más que señales del paso de la vida sobre la vida misma.








Éstas son manos cuyos surcos atesoran recuerdos de una mente, quizá  igual demasiado caprichosa. Mente qué fue dejándolos escapar sin haber previsto hilo del que un día poder tirar y volverlos a recuperar. Recuerdos de los que, menos mal, el corazón aún conserva  copia original y manuscrita. Recuerdos que duermen en paz hasta que llegue el día de su despertar.

Éstas son manos que acarician, manos que cuidan, manos que criaron familia, manos que curaron heridas. 


Manos que sanaron y que sanan. 



Manos que agarran y manos que acogen. 

Manos abiertas y manos que se aferran. 

Manos que dieron pan y manos rendidas a dejarse alimentar.

Manos que aplauden y manos temblorosas.

Manos que pintan, manos que escriben, manos que colocan y recolocan piezas.



Manos que se entrelazan, manos que sellaron pactos, manos que estrechan lazos.

Manos que hablan cuando los labios ya no aciertan a encontrar palabras.



Manos que palpan cuando los ojos ya no atinan a entender de formas.






En cada mano una historia, y cada historia en unos surcos.






Cada mano, una sonrisa. 

Cada mano, una mirada. 

Escrita en unas manos, toda la vida.

martes, 19 de noviembre de 2013

Parar en seco

Publicado en el diario digital enTomelloso 18/11/2013

Hace unos días que mi amiga Isabel me regalaba “la vida es un regalo” de la fallecida María de Villota. Han bastado cuatro ratos por las noches para leerlo de principio a fin. Es un libro que engancha, de los que podrías leer del tirón si dispusieras de unas horas.




Isabel es una amiga peregrina, nos conocimos el verano pasado haciendo el Camino del Norte con la Diócesis de Ciudad Real, y desde entonces, somos compañeras de Camino, y de la vida, que es el gran Camino. A Isabel, como al resto de mi entorno más cercano, ha debido preocuparle mi estrés de las últimas semanas y, con acierto, me ha hecho llegar este hermoso libro. Gracias Isabel.
Desde el comienzo, desde la primera frase, se percibe cómo la autora, más que escribir, se propone ir dejando su testamento en cada letra…
“Yo era piloto. Corría mucho, a gran velocidad. Tan rápido que apenas calaban en mi las gotas de las miserias de la vida…”
Es extraña la sensación de subirse al coche de María y recorrer cada una de sus hojas. En esta historia es el lector el que conduce con ventaja, conociendo su final, final que ignora la escritora, o quizá no tanto.
María va desgranando su vida en pequeñas piezas que un accidente aquilata. Con mucha sencillez y limitándose a contar su vida, va transmitiendo que la vida siempre es un regalo, pese a los “accidentes” que, sin piedad, alteran nuestros planes.
“Accidentes”  hay tantos como historias personales (una enfermedad, falta de trabajo, un desahucio, pobreza…), y cabría hacer una reflexión de esta lectura desde el  fracaso de la muerte, quien, aparentemente juega a tener la última palabra justo antes de ver la luz el libro. Sin embargo, me atrevo a pensar que la misión de María no era sobrevivir a su accidente sino contarnos que después de la caída uno puede “dejarse morir” o luchar por “vivirse”.
Si algo he sentido con su lectura ha sido una paz inmensa, la paz que regala quien ha pedido una prórroga a la muerte para gritar fuerte que merece la pena agradecer la vida.
Me queda grande eso de ir recomendando libros, pero aún así, creo que merece la pena leerlo. Es ágil y toca muy directamente al corazón…
“¡Parad! Parad en seco como si un accidente ocurriera en vuestra vida.
(…)
Y decide.

Decide si quieres solo llegar o pasear este increíble camino”