"¡Buenos días San Rafael!" María
siempre sonríe. Cuando llega, se encara con la imagen del santo, le da los
buenos días y el parte meteorológico: “hoy el día está regular (lo acompaña siempre
con gestos de sus manos)”, “hoy ha salido el sol San Rafael”,… San Rafael
siempre está en el mismo rincón, de espaldas a la puerta, y si no es por María,
nunca se entera del tiempo que hace fuera.
María es la alegría de la huerta,
es la simpatía y el cariño hecho persona. María tiene Alzheimer. A las
trabajadoras del Centro de Día, a las
chicas, les gusta hacerle de rabiar
porque su paciencia es infinita y no hay manera de hacerla enfadar. Alguna vez lo
han conseguido pero, como se le olvida, enseguida vuelve a sonreír y todo
vuelve a ser cordial.
Joaquín es un hombre bueno, de los que siempre han sido buenos. No hay más
que ver los surcos que ha dejado su vida entre los suyos, entre su familia, los
amigos, los vecinos,… A Joaquín a veces
parece que le sale una vena terca para no atender a razones, pero no es terqueza
sino bloqueo ante mensajes que ya no entiende. Las chicas (que si el cariño que
tienen hacia los enfermos estuviera recogido en su tabla salarial, serían
número uno en la lista Forbes), consiguen hacerle sentir a salvo y que nada malo va a
sucederle; Joaquín se fía y vuelve a ser ese hombre bueno que, en realidad,
nunca dejo de ser.
El porte de Rafael es
proporcional a su sensatez, y doy fe de la magnitud de su porte. El primer día
que le vi, yo andaba obsesionada por mantener cerrada la puerta de la calle
para que no se saliera pues andaba merodeando, yo entonces no sabía que
esperaba a que lo recogieran, “si no me voy a escapar”, me dijo con voz rotunda,
y pronto pude comprobar que llevaba más razón que un santo. Él conoce sus
ligeros despistes y es trabajador incansable, siempre alumno aventajado de todas nuestras actividades.
La enfermedad está en sus inicios y con su actitud serena, cada día. planta
cara con esfuerzo al Alzheimer.
Isabel es un terremoto, si no le
dices algo al pasar, te mirará de reojo y te lo echará en cara, eso sí, le dura
lo que tardes en decirle “cómo me he podido dejar a la mejor sin saludar”, se
descacharra de risa y ya te la has ganado para toda la jornada. Isabel es picarona,
se ríe hasta de su sombra y prepárate al sonrojo pues seguro que algún chiste
verde te tiene preparado.
Ana siempre va estupenda, parece
como si cada día visitara la peluquería. Sus joyas, ni muchas, ni pocas, las
justas como corresponde a una señora. Educadísima, te preguntará correctamente
y sonriendo, cada vez que a ella te acerques, quién eres, y de qué la conoces.
Vicenta, Ramona y Rita se cogen
del brazo y andan pasillo arriba, pasillo abajo, buscando una puerta por donde
irse a casa. Allí les espera mucha faena, sus padres andan prestos a llegar del
campo y son ellas las encargadas de tenerles la cena preparada y el hato para el
día siguiente.
Marisa ya supera los noventa pero
siempre viene con la manicura perfecta y su bolso como buena dama. Marisa te coje la mano y te llena de besos. En más de una ocasión las chicas han intentado sonsacarle sus secretos
culinarios, pero no dirás que suelta prenda, para que luego digan de las
pérdidas de memoria, cuando uno no quiere decir, no dice, ni aún no sabiendo
qué ha desayunado esa mañana.
Amparo ahora está más
pachuchilla, con Amparo llegó la
alegría como de una feria de Abril, con sus pulseras de colores, sus collares, con
su gracia, que sin serlo, bien hubiera pasado por andaluza, con sus dichos, con
sus canciones. Amparo era la revolución
de todo el personal. Ahora anda un poquillo de capa caída, pero su naturaleza
es fuerte y luchadora y seguirá plantando cara a la enfermedad, aunque sea un recorrido en contínuo descenso.
Y así podría estar horas hablandote de cada uno de los enfermos del Centro de Día San Rafael.... Tú igual llevas un rato dándole a la
cabeza para ver si reconoces a alguien, yo, por si acaso, ya te voy diciendo
que ni María se llama María, ni Amparo, Amparo, ni por supuesto Joaquín, ni Isabel, ni ninguno de sus nombres es el verdadero. De despistes se trataba esto del Alzheimer.
Cada uno de ellos, iniciaron un
día, sin haberlo concertado, un viaje en espiral hacia el olvido, y, cada día,
ellos, sus familias, sus cuidadores, luchan por lo más importante, que es mantener
su dignidad y su calidad de vida. A nosotros se nos concede el regalo de
acompañarles y contribuir un poquito a hacer más digno este viaje. Viaje que
siempre es cuesta abajo y que de momento, no conoce retorno, pero nos mueve la
ilusión de hacer que el tren vaya un poquito más despacio, que el paisaje sea un
poquito más hermoso, y que la compañía les siga haciendo crecer, porque a día de
hoy, aunque uno no se acuerde, sigue Siendo y mientras se sea, no se deja de
crecer, pues sólo Dios sabe qué pasa en el alma adormecida de quien está
olvidando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario