miércoles, 28 de noviembre de 2012

Razón y Corazón



Uno de mis grandes defectos es no saber decir las cosas, de pequeña porque era tímida, de mayor por miedo a no encontrar las que justamente lleguen al otro sin dañarle ¡Más vale una colorá que ciento amarilla!, pues yo, cienes y cienes de veces amarilla y por lo siglos de los siglos…. 

Mi amiga María me dice que soy muy diplomática. A veces la diplomacia me lleva a tragar sapos de imposible digestión.

Esta noche busco las palabras, sueño los criterios y me pongo en manos de Quien me lleva de la mano.

Reconozco que estoy a punto de tirar la toalla, hoy los criterios humanos quieren pesar más que aquellas razones que llevaron al corazón a lanzarse al vacío sin reparar en paracaídas. Quisiera encontrar un clavo al que agarrarme en este vuelo libre, un atisbo de rama firme al que mirar de reojo si la velocidad de caída se torna peligrosa.

Tengo miedo.

Hoy tengo miedo, siento un agujero tan profundo que el eco se pierde sin llegar a darme respuesta.  

Razón y corazón esta noche no se hablan, callan porque saben que el otro tiene razones suficientes para tomar decisión sin consultarse. En el fondo, sé que razón y corazón se respetan y que este desasosiego silencioso es la lucha por comprenderse mutuamente, por aceptar y asumir la razón del otro, aún muriendo la propia.

¡Qué difícil se me hace la espera! ¡Qué largo el concilio del sueño! ¡Mira que está la Espera cerca! pero a ratos tiemblo porque desespero.

Esta noche busco palabras, sueño criterios, me pongo en Tus manos.




viernes, 23 de noviembre de 2012

Justicia de ricos, justicia de pobres





Una de las cuatro virtudes cardinales, junto con  la prudencia, la fortaleza y la templanza, es la justicia, que  “no es otra cosa que dar a cada uno lo suyo”. Así lo  dijo Santo Tomás –entre otras muchas cosas- en su Suma Teológica.

 Nunca ha sido fácil determinar qué es lo suyo de cada uno; esto viene de antiguo, ya Salomón tuvo que invertir ciertas dosis de prudencia, fortaleza y templanza para decidir, en justicia, de quien era el niño que reclamaban las dos madres.

 A la tarea salomónica de decidir quien lleva razón, desde hoy se une el dilema de decidir si entrar en litigio o no. Y es que, como todo el mundo ya conoce, desde hoy suben las tasas judiciales. Lo veremos materializado en unas semanas. Unas semanas es el tiempo que necesita Hacienda para cambiar los formularios. De entrada y sin analizar más, ignoramos el coste que nos costará todo este cambio de timbreteo –redundo adrede porque la tontería del coste lo merece-. Pero bueno, aquí se trata de formularios que deben tener un rango superior que las cartas con membretes, sobres y diverso material “corporativo” oficial, en cuyos cambios han derrochado sin rechistar todos los gobiernos, y de todos los lugares. 



 Tonterías de formularios aparte, la cuestión y que hoy muchos condenan es que con esta medida la Justicia ya no será para todos. Desde hoy tendremos Justicia de ricos y justicia de pobres. No les falta razón, desde hoy una tiene que pensarse despacito acudir a la Segunda instancia, eso considerando que pudiera permitirme la Primera y que, no obteniendo razón y considerando tenerla, quisiera obtenerla.

 "Se van a desahogar los tribunales", dicen los que están a favor de la medida. Bueno, pues muy probablemente, desde luego por lógica, así debiera; pero no me queda muy claro si esta particular ley de oferta y demanda que se gasta el Poder Ejecutivo sobre el Judicial, es del todo la más justa. ¿Desde cuando la macroeconomía es rectora de "dar a cada uno lo suyo"?



 ¿Me pregunto si en algún momento la justicia fué para todos? Antes de esta subida que a jueces y magistrados quita el sueño, la Justicia ya no era para todos. El que no ha tenido recursos, teniendo razones, nunca ha tenido las mismas posibilidades de obtener “lo suyo” que el que sí disponía de posibles.

 Me deja un poco helada la medida, un poco sin sangre, un poco descorazonada. Los pillos desde hoy pueden ser un poquito más pillos con los desfavorecidos porque estos han bajado a la tercera división de la justicia –en segunda ya se encontraban-.

 Ah, bueno, se me olvidaba, es cierto que baja el umbral de renta para solicitar justicia gratuita, de oficio. Ahora sólo hay que reunir los requisitos y sinceramente, mejor no reunirlos.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Nunca tiempo pasado


Cuando se nos van personas como Miliki, se nos hace un agujero tan grande en el corazón que sólo es posible llenarlo con las buenas cosas que nos dejó a lo largo de su vida,  una herencia de las que valen más que todos los tesoros del mundo: una infancia feliz capaz de gritar con fuerza “Biiiieeeeen” cuando se le preguntaba ¿cómo están ustedes?,  mientras la vida familiar de los 70 se paralizada para reunirse en torno a un televisor que aún no sabía de colores.



Los niños de entonces, ahora ya creciditos, llevamos para siempre el marchamo de un payaso con porte en apariencia torpe que nos enseñó cantando y bromeando a aprender a vivir en serio desde la ilusión, la inocencia, la risa y la sonrisa, y a compartirlo en compañía de otros.

No me equivoco si digo que Miliki fue un hombre de su tiempo y del tiempo que iniciaba con cada luz del nuevo día. Nunca anclado en mieles de tiempos pasados dignificó su profesión, su familia, a los niños y con ellos a toda la humanidad, pero por supuesto, a sí mismo. Tal vez por aquí ande el secreto de hacer sagrado aquello que se toca y aquella persona con quien tropiezas. Tal vez el misterio de dar dignidad empieza por uno mismo, vaya, al final como casi todo, siempre por uno mismo. 

Reconocemos la dignidad del otro, no ya por el hecho de ser, sino también por lo que puede llegar a ser, por su capacidad de tener aspiraciones y proyectos, sea cual sea su edad, estado civil o condición, seamos ricos, seamos pobres,  todos estamos llamados a poder ser, todos somos dignos. 

Difícilmente reconoceré al otro en su dignidad si yo no me considero así. Si no dignifico mi trabajo de cada día, mi familia, mis amigos, mis dificultades, mis logros, mi situación concreta… todo mi presente.

Aquí reside la diferencia entre conformarse con la mediocridad o tender a la excelencia; no en el tener, sino en soñar como hacer único y venerable lo que me acontece. Es romper con el vivir varada en el pasado temiendo la llegada del mañana. Es ser valiente y vivir con plenitud cada momento a sabiendas de mi capacidad de hacerlo siempre más bueno.

Por cierto y a propósito del presente, ya se sabe que nunca tiempos pasados fueron mejores aunque pasemos demasiado tiempo en su deleite, recomiendo “midnight in Paris”. No me gusta Woody Allen. Una vez estuve en Paris y no me gustó nada, llovía, llovió demasiado.. Esta tarde me ha encantado la película y el retrato que hace de Paris.